Y lo que no queda,
Que es el intangible poso:
Las palabras que dijimos,
Sólo aquellas con trasfondo;
Los silbidos al aire
estancan al momento;
Un chispazo de desalojo
Para mudar en los cuerpos.
Un cándido recuerdo
Que nos invade al sueño;
La afilada arma esperanza,
mano en el hombro, el
“tranquilo, no pasa nada”;
tirar los muros de las entrañas,
Caladas de soledades al alza.
Nosotros dos, y dos no más
Rellenaremos esta brecha,
Para hacerla arada,
Y dejar eso,
solo cuerpos,
y todo lo que no queda.
¿algo que objetar?
Eso me preguntó, me miró de frente con la libreta en la mano. A mi me temblaba la voz y sentía que no podia abrir la boca. Repitió otra vez la pregunta y mi respuesta fue la misma, un bloqueo total. Cerró su agenda y se alejó de aquella horrible lámpara de interrogatorio con unos pasos pesados y secos. Se me acercó hasta que me obligó a poner los ojos vizcos y formuló otra vez "¿algo que objetar?" con un tono grave y embotado. Aprete la mandíbula, estaba dispuesto a decírselo, mi corazón se percató de lo que iba a hacer y empezó a latir tan fuerte que movia levemente mi camiseta y martilleaba mis oidos.
"Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad"
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