La llamaron desde megafonía,
Su nombre, olvidado sin canción,
La requerían una vez más
A Esta vida sin cansancio.
El pasillo, eterno, la cola
De cientos de entrevistados,
Le dicen que salga de la fila,
La esperan en otro despacho.
Desconcertada, ella, camina,
Y le dan un sobre de ebanistería,
Con un sello extraño y un lazo,
Ella lo abre, sufre, le tiembla la mano:
“lo siento, morí entre tus brazos,
Sólo queda el fósil y un fusil de asalto,
Uno como testigo, el otro para matarlo,
Uno para recordarte, el otro por si acaso”
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