Para qué viajar al verde extranjero
si desconozco mi cuerpo,
como se erizan los pelos
y todo ese mapa de
escalofríos y hormigueos...
Y cómo se siente el suelo
y cómo se siente el sueño
cómo honda el silencio
o cómo calienta un destello...
cómo suena la respiración
cuando va pareja a morfeo...
para qué la tele, para qué
todo el desfile de engendros
de cascaras de frutos
ya muy muy añejos.
Pero sigamos hondando
en lo que respecta a mi cuerpo,
como siente tu calor, tu olor de lejos,
o cómo nota tu mirada en un reflejo.
Cómo,
por ser tu respiración tocando mi cuello,
él lo sabe y me hace aún mas viejo,
aún más sabio y más tierno.
¿algo que objetar?
Eso me preguntó, me miró de frente con la libreta en la mano. A mi me temblaba la voz y sentía que no podia abrir la boca. Repitió otra vez la pregunta y mi respuesta fue la misma, un bloqueo total. Cerró su agenda y se alejó de aquella horrible lámpara de interrogatorio con unos pasos pesados y secos. Se me acercó hasta que me obligó a poner los ojos vizcos y formuló otra vez "¿algo que objetar?" con un tono grave y embotado. Aprete la mandíbula, estaba dispuesto a decírselo, mi corazón se percató de lo que iba a hacer y empezó a latir tan fuerte que movia levemente mi camiseta y martilleaba mis oidos.
"Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad"
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